"Mis ojos han visto al Salvador"
- Manuel Hernández Rivera
- 3 feb
- 3 Min. de lectura
La Presentación del Señor
Ciclo C
Homilía 02 de febrero de 2025
Mal 3, 1-4; Heb 2, 14-18; Lc 2, 22-40

Hoy celebramos la fiesta de la presentación del Señor en el templo. José y María presentan a Jesús de acuerdo con la Ley en el que se pide consagrar a todo varón primogénito. En medio de este contexto, el evangelio de este domingo nos presenta a otros dos personajes especiales, Simeón y Ana, quienes reconocen a Jesús como el Mesías, el ungido de Dios.
En ellos hay un antes y un después. Nos dice el evangelista que Simeón era “un varón justo y temeroso de Dios, aguardaba el consuelo de Israel y en él moraba el Espíritu Santo”, es decir, vivía de acuerdo a la voluntad de Dios y tenía al Señor como centro de su vida; por esta razón, san Lucas afirma que en él moraba el Espíritu Santo. Dios le concedió ver al salvador, cumplió su promesa y le concedió la paz, así lo exclamó en el bello cántico que la Iglesia conserva y reza en la oración de la noche: “Ya puedes dejar morir a tu siervo en paz, mis ojos han visto a tu Salvador, luz que alumbra a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”.

Ana, una mujer anciana de 84 años, profetiza, quien no se apartaba del templo y servía a Dios con ayunos y oraciones. Ella anunciaba la palabra de Dios y buscaba relacionarse con él. También le fue dada la dicha de mirar al salvador y “hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén”.
Simeón y Ana al tener este encuentro con Jesús lo identifican como la luz que alumbra a las naciones y liberador de Israel. Ellos esperaban con confianza; su religiosidad no era vacía sino siempre abierta a las sorpresas de Dios. Lo pudieron reconocer en un niño, presentado por dos padres pobres quienes apenas pagaron la ofrenda con “un par de tórtolas y dos pichones”.
Estos personajes me recuerdan a tantas personas que con fe y esperanza buscan al Señor y dan testimonio de haberse encontrado con él. Siempre nos alientan y dan testimonio.
Evidentemente podemos encontrarnos con Dios en diferentes lugares y contextos pero sobre todo en su templo porque ha entrado en él (en ocasiones acentúo que al Señor lo podemos encontrar fuera del templo pero en esta fiesta es importante enfatizar que el templo es normalmente un lugar de encuentro).
Ya el profeta Malaquías profetizaba lo que algunos Padres de la Iglesia y el Concilio de Trento miraban como una prefiguración de la Eucaristía: “entrará en el Santuario el Señor, a quien ustedes buscan, el mensajero de la alianza a quien ustedes desean”. Con la presentación de Jesús en el templo, se cumple esta profecía y con la Eucaristía permanece esta promesa.

El Señor ha entrado en su santuario y ha sido consagrado. También nosotros somos invitados a consagrarnos y encontrarnos con él. Pero cada encuentro, “será como un fuego de fundición”, el Señor “se sentará como fundidor que refina la plata” para purificarnos con el fin de ser una ofrenda agradable a Dios.
Simeón también reconoce a Jesús como “signo de contradicción” pues algunos le seguirán y otros no; “ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos” porque denunciará el pecado de algunos y quienes acepten la conversión y crean en él resurgirán a una vida nueva. En cada encuentro con el Señor, “quedan descubierto nuestros pensamientos y corazones”, porque él ilumina nuestra vida.
Hermanas y hermanos, pidamos a Dios la gracia de reconocerlo en nuestra vida cotidiana; en la Eucaristía que celebramos ordinariamente en nuestros templos, pero sobre todo en nuestro templo íntimo e interior, ahí donde mora e ilumina nuestra vida para que en cada oración y celebración hagamos nuestras las palabras de Simeón: ¡Mis ojos han visto a tu salvador! Que así sea.
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